A medianoche se les puede ver como piedras oscuras, olvidados en las esquinas, endurecidos por la droga. No hay sueños ni pesadillas en el ritual de humo. Se van desvaneciendo la vida en cada bocanada, como si aspirar el vicio blanco oscureciera no sólo sus pulmones sino también sus cuerpos para fundirlos con la noche.
Sin importarles el frío ni la dureza de sus cuerpos, apenas emiten algunas palabras. Y si algún transeúnte osa cruzar sus reinos -ellos son los amos y señores de la madrugada-, el peaje debe ser pagado. “Suéltate un sol o una chinita pe’, causa”. Y si la presa es una mansa paloma, el día está salvado. Entonces una sonrisa macabra se ahonda en sus rostros, y raudamente van a comprar al proveedor de sus “polvos mágicos”.
Nada importa sino amanecérselas en la calle, tocar vanamente el siguiente día, estar a salvo de lo “zanahoria”, sumergirse en la nada.
A las 12:30am, aparezco junto a Carlos, luego de haber navegado en Internet. Mi compañero de pasos está alegre porque Doctor le ha cobrado apenas un nuevo sol por las 3 horas de conexión. Carlos está alegre y me pregunta cómo va su “encargo”, un retrato a carboncillo de su amiga virtual que cada día lo tiene más ilusionado. Majo, como él la llama, es una muchachita argentina de 25, de rostro exquisito, mirada y sonrisa que enciende al mundo (lo sé por la foto que me sirve de modelo para retratarla). Y le contesto que ya puedo ver su cara de niña feliz a lápiz. Él sonríe porque sabe que la tendrá en sus manos, que cada vez que la desee podrá tocarla, besarla, aunque sólo sea una mujer de cartulina y trazos en negro.
Sin importarles el frío ni la dureza de sus cuerpos, apenas emiten algunas palabras. Y si algún transeúnte osa cruzar sus reinos -ellos son los amos y señores de la madrugada-, el peaje debe ser pagado. “Suéltate un sol o una chinita pe’, causa”. Y si la presa es una mansa paloma, el día está salvado. Entonces una sonrisa macabra se ahonda en sus rostros, y raudamente van a comprar al proveedor de sus “polvos mágicos”.
Nada importa sino amanecérselas en la calle, tocar vanamente el siguiente día, estar a salvo de lo “zanahoria”, sumergirse en la nada.
A las 12:30am, aparezco junto a Carlos, luego de haber navegado en Internet. Mi compañero de pasos está alegre porque Doctor le ha cobrado apenas un nuevo sol por las 3 horas de conexión. Carlos está alegre y me pregunta cómo va su “encargo”, un retrato a carboncillo de su amiga virtual que cada día lo tiene más ilusionado. Majo, como él la llama, es una muchachita argentina de 25, de rostro exquisito, mirada y sonrisa que enciende al mundo (lo sé por la foto que me sirve de modelo para retratarla). Y le contesto que ya puedo ver su cara de niña feliz a lápiz. Él sonríe porque sabe que la tendrá en sus manos, que cada vez que la desee podrá tocarla, besarla, aunque sólo sea una mujer de cartulina y trazos en negro.
Llegamos a la esquina de la calle Bolívar; en la siguiente esquina, a unos cuantos pasos, está mi casa. Decidimos esperar a Doctor; mientras tanto la charla se vuelve interesante. Le pregunto qué sabe de Giovanna, su vecina, dudo que así se escriba, pero es como la imagino, con esas letras en sus ondulados cabellos, y sus pechos, oh, qué delicia, sus pechos de fruta, de actriz italiana. Me contesta que hace días que no la ha visto, que quizás sigue en Trujillo, trabajando. Yo me conformaría con tener su e-mail para agregarla al msn, lo restante es cuestión de tiempo y de encontrarla conectada.
A una cuadra, los dueños de las sombras encienden sus cigarros, desenvuelven sus polvos, fuman sin detenerse.
Mientras tanto, con Carlos sigo esperando a Doctor, que ya se le ve a lo lejos como una móvil masa oscura. Y, cuando lo tenemos muy cerca, nos damos cuenta que trae algo en la mano izquierda, su derecha es pequeña –debido a un problema congénito, en vez de dedos normales tiene pequeños nudos de piel, aún así le ayuda a escribir el arroba cuando desea chatear-.
Doctor tiene plátanos y manzanas en una bolsa plástica que el dueño de las cabinas de Internet donde trabaja le regaló por su buena labor. Doctor también está contento, y pienso que los tipos con malformaciones son los más felices a pesar de sus problemas físicos, pues sería imposible vivir pensando siempre en sus males. Su nombre es Manuel, pero debido a su gran vicio por ver “carnecitas” en la web, se ha hecho conocido como Doctor, pues –según sus palabras- siempre está dispuesto a “meter cuchillo” en alguna dama que se le presenta a pierna suelta. Él es tan diestro para ganarse la confianza de las señoras solitarias, ignoradas por el marido que llega a casa cansado sin ganas para el placer carnal. Y él sabe cómo consolarlas, amarlas a la distancia, aunque sólo sea a través de la pantalla, de la web-cam. Y con el cuentazo de “hace tiempo que no la veo”, seguido de un falso y breve rubor, Doctor ha llegado a conquistar a muchas señoras ansiosas por descubrir lo prohibido.
Nos dice que el dueño le obsequió aquellas frutas, luego nos da a cada uno un plátano, bromea al entregárselo a Carlos, le zarandea la fruta como si fuera un miembro sexual masculino, Carlos no tiene más remedio que aceptar la broma y coge el fruto amarillo. Todos reímos ante la pendejada de Doctor. Nos dice que ya no puede chatear como antes, que ha perdido muchos contactos, que la chamba, por estar parado la mayor parte del tiempo, le jode los riñones, que la venezolana y la colombiana han perdido interés en él. Aún así las bromas todavía lo acompañan.
Después que terminamos de comer los plátanos aparece desde el fondo de la calle Bolívar una camioneta negra. Es la policía, comentamos. De pronto un fumador se agazapa entre nosotros, quizás piensa que pasará desapercibido si está a nuestro lado y no en la otra esquina con sus patas. Pero se equivoca. La camioneta se estaciona a nuestro costado, un uniformado abre la puerta, luego otro más, y nos invitan a subir. Pretendemos disuadirlos, les decimos que vivimos cerca, que sólo estamos charlando. Uno de ellos nos pide documentos, no los tenemos. Yo intento irme de allí, pero es imposible, ya se han dado cuenta. Les digo que vivo en la otra esquina, intento llamar con mi celular a mi casa, es en vano. Tengo que subir con mis compañeros. Nos preguntan qué hacíamos, qué personas que sólo conversan pueden estar paradas a esas horas en la esquina. Doctor, por ser el mayor de nosotros, manifiesta que en realidad estábamos conversando. Luego Carlos interviene, dice que Doctor recién sale de su trabajo, que lo estábamos esperando para contarnos nuestras cosas. Mantengo la calma, pero temo que el “colado” tenga en sus bolsillos polvo blanco, si es así estaremos “fritos”.
Llegamos a la comisaría, bajamos del vehículo, entramos a la “cómica”. Uno de los policías nos vuelve a interrogar qué hacíamos, dice que a esas horas deberíamos estar en nuestras casas, y no es la hora ni el lugar adecuados para conversar. Doctor le dice que aún es temprano, luego sonríe al darse cuenta que ya es la 1am. Bajo la mirada, no quiero que los policías piensen que me dan risa, aunque es cierto, sus actitudes me parecen estúpidas. Acaso no se dan cuenta que somos personas tranquilas, es fácil identificar a los “drogos”. Subo la mirada, entonces veo al “colado”, deseo que el tipo desaparezca, se lo coma la tierra. Por él podríamos salir fregados, dormir enjaulados, recibir un baño helado -así acostumbran bañar a los delincuentes o fumones que encuentran en las esquinas.
Luego, los “cómicos” nos piden mostrar lo que tenemos en los bolsillos. Carlos es el primero, se quita la casaca, de sus bolsillos saca un Ipod, un USB y un nuevo sol. Le sigo yo, antes de sacar lo que traigo en mis bolsillos, el policía me pide quitarme los anteojos oscuros, le hago caso, los coloco sobre el piso, también dejo el libro de poemas de una amiga limeña, mi USB, los papeles donde tengo algunos poemas y otros apuntes, cincuenta céntimos de nuevo sol y mi arma de siempre: un lapicero. Y el “colado”, que sí es un experto fumador, muestra un peine y medio sol, es lo único que tiene. Al fin, todos respiramos tranquilamente. Doctor deja su bolsa de plátanos y manzanas, la “cutra” del día: 5 nuevos soles, un lapicero y su peine.
Uno de los “cómicos” me mira fijamente, me pregunta a qué me dedico, le contesto que soy artista plástico –pienso que no tiene la menor idea de lo que eso significa- y poeta. Luego bromea seriamente, “o sea que estabas inspirándote en la esquina”. Contengo la risa. Este es un hijo de puta, pienso.
Los policías, al ver que ninguno de nosotros tiene algo inadecuado, con tono firme nos aconsejan no volver a pararnos en las esquinas, y dicen que dentro de 15 minutos volverán a pasar por la misma esquina, y si nos ven otra vez parados nos vuelven a cargar, y ya no habrán excusas que valgan para dejarnos libres, e iremos a dormir en la comisaría, enjaulados como aves que pierden su libertad por trasnochar en las esquinas.
Tomamos nuestras cosas, vuelvo a colocarme los anteojos, salimos de la comisaría. Nos percatamos que el “colado” se ha ido. Doctor no pierde la “pendejada”, le dice a Carlos que cuando íbamos en la camioneta hacia la comisaría, debió sacar la mano y saludar como si fuera una bella huaripola paseando en su carro alegórico. Celebramos la ocurrencia con risas y más risas.
Atrás, los “cómicos” se van quedando en sus guaridas, con sus estúpidas seriedades, con sus camionetas que sirven para pasear a los vagabundos, a los dueños de la madrugada, a los fumadores de la noche.
*El titiritero
4 comentarios:
tu te paras horneando con esa porkeria ke fuman tus vecinos de mela, hay ke hacer un cortometraje con esos weones.
buena la crónica-anecdótica. Me hizo recordar algunas noches también en que tuvimos que aguantar sus caras serias, resentidas y su aliento represor de estos gendarmes.
TE cuidas compa
Un abrazo.
J.C
Toscano, tú no eras una de esas piedras? jajaja, buena tu crónica, recuerdo cuando me contaste la historia a boca de jarro ps, ahora la puedo leer y no ha perdido la onda ps.
De corte, vital, no sé si será testimonio, toscano jejeje pero está bueno
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